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¿Educación en valores o Formación Moral? Algo más que sólo una discusión acerca de términos
13.08.2014 15:08
Hay un lugar común al que tarde o temprano la mayoría de los profesores llegan, e incluso al que los “entendidos” de la educación suelen referir cada vez que se trata de encontrar la solución al problema de la corrupción –o en general de violación de las normas–: La educación en valores.Desde la perspectiva de estas personas, es preciso que empecemos a "educar en valores" para poder solucionar los problemas que enfrentamos. Incluso hemos escuchado a más de uno decir que su propuesta logrará revertir la “crisis de valores” de nuestros jóvenes y de toda la sociedad.Las buenas intenciones que hay detrás de estas propuestas son innegables, pero lamentablemente son resultado de un inadecuado manejo de los términos y –en más de una ocasión– de un pobre manejo conceptual acerca del tema. Para aclarar en algo las ‘áreas oscuras’ sobre el tema, es preciso que nos preguntemos en primer lugar si es posible una educación que no sea en valores (por así decirlo), o si los valores son un plus en la educación. En segundo lugar será necesario señalar algunas ideas acerca de las maneras en que se ha tratado de “insertar” los valores en las propuestas educativas.
En el Proyecto Educación y Cultura de Paz, consideramos que la formación moral o ética de la persona es un modelo integral y dinámico, que implica un proceso de construcción personal y colectivo a partir de la reflexión, el diálogo y la acción de la persona. En las páginas siguientes, esperamos poder describir aquellos rasgos característicos de la formación moral y también ofrecer algunas pistas que nos permitan entender de una manera clara los diferentes modelos educativos que en busca de esta intencionalidad educativa, se han ido concretando. Por otro lado, trataremos de sustentar por qué consideramos el modelo educativo de formación moral como el eje principal en la construcción de la personalidad autónoma de las personas.
Puede la educación ser neutra?
La Educación entendida como dinámica de colaboración, supone una relación intencional entre la persona del maestro y la del estudiante. Por medio de ella pueden darse dos procesos simultáneos: la transmisión de una determinada información del grupo de padres (o de la cultura del grupo de pertenencia) hacia el grupo de pares, y también la estimulación o creación de situaciones por las cuales el estudiante genera información o comparte y hace suya información proveniente de su grupo de pares.
En cualquiera de los casos, la información no llega de manera aséptica a los estudiantes, en el camino (e incluso desde su fuente de origen), esta información le llega cargada de una serie de intenciones (a veces evidente, a veces no) que responden a una determinada manera de entender el mundo. Así, cuando estudiamos las teorías sobre el origen del universo, estamos aprendiendo algo más que solamente datos, hechos y conceptos; pues también descubrimos que la sociedad de cada época tenía una determinada manera de comprender el origen de las cosas, y que estas percepciones estaban tan arraigadas que dieron origen a situaciones como las que hubo de vivir Galileo. Aprendemos, entonces, que existen nociones como la intolerancia religiosa, la discriminación étnica, las convicciones personales, entre tantas otras. Pero hay más, pues tanto los maestros como los estudiantes tendrán sus propias percepciones acerca del tema, calificarán la situación de justa o injusta, las soluciones de correctas o incorrectas, de buenas o malas; en pocas palabras, generarán opinión o juicios acerca de una información que traía consigo un continuo de juicios previos: el de los historiadores, el de los científicos, el de las personas que participaron del hecho, el de los autores del texto escolar, el de los mismos maestros, y luego –por qué no– el de los estudiantes.
Si la información sobre la cual trabajamos en las instituciones educativas no es neutra, ¿puede ser neutro el trabajo que realizamos?
La carga de valor que posee la educación se encuentra presente en otros ámbitos igual o más importantes que el ya mencionado (la dimensión informativa). Las actitudes y discursos de los maestros y la organización escolar son otras fuentes fundamentales a través de las cuales se manifiestan los valores en las instituciones educativas.
Desde hace algún tiempo hemos escuchado un término que recoge muy bien estos elementos: el currículo oculto de la escuela.
Todos los que nos desempeñamos como maestros o maestras, en cualquiera de los niveles educativos, evidenciamos nuestros gustos o preferencias personales, las convenciones sociales que hemos aceptado, y también lo que consideramos valioso para hacer posible la convivencia entre las personas: evidenciamos nuestros valores. La manera en que nos acercamos a nuestros estudiantes y a nuestros compañeros, la forma en que utilizamos los recursos y si somos capaces de considerar a los demás como sujetos con igual dignidad o los mismos derechos son una fuente que hace que nuestro trabajo educativo no sea neutro.
Lo mismo podemos decir de la organización de nuestras instituciones. La manera en que se concibe la autoridad, el tipo de prácticas que éstas tienen, la manera en que se relacionan con el personal docente y no docente del centro, así como el estilo de gestión (democrático, autoritario, paternalistas…) “enseñan” a nuestros estudiantes una serie de pautas acerca de lo que es “bueno” o “malo”, de lo que es valioso y de lo que no lo es.
Por ello, desde nuestro punto de vista es imposible pensar en educar a la persona sin tener presentes los valores, puesto que ellos están en la esencia misma de la educación que es la relación entre personas. Sin embargo creemos que el tratamiento educativo de los valores no puede generalizarse, ni tampoco imponerse, pues ello significaría dejar de lado el principio rector de libertad que ejerce la persona al optar por determinados valores.